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P. Serrano

La moral espiritista


La ciencia del Espiritismo establece que el Universo está regido por una Ley Divina. Esta Ley Divina está presente en la naturaleza y, por tanto, le llamamos también la Ley Natural. Esta Ley Natural puede ser puntualizada por el ser humano utilizando su intelecto y raciocinio. La identificación e interpretación de la Ley Natural, varía entre los diferentes periodos históricos de la humanidad, en acorde con su nivel evolutivo intelectual y moral. El Espiritismo reconoce dos grandes interpretaciones de esta Ley Natural en la historia de la humanidad: la interpretación a través de Moisés y la interpretación a través de Jesús de Nazaret. Allan Kardec, bajo la supervisión de los Espíritus Superiores colaboradores de su investigación, logra una nueva identificación e interpretación de la Ley Natural, codificándola en diez (10) Leyes Morales.[1]

Kardec, y los Espíritus Superiores, establecen que todo ser humano, y muy especialmente todo espiritista, debe ajustar su comportamiento durante su vida encarnada a estas diez leyes, para que pueda alcanzar en ella felicidad y progreso evolutivo. Estas leyes representan el código ético del espiritista. Estas son:

  1. Ley de adoración: Yo, al reconocerme como un Espíritu encarnado en evolución, debo aceptarme como un ser imperfecto. Bajo esa limitación, sin embargo, puedo intuir la existencia de una energía superior a mí a la cual llamo Dios, y con la cual me siento unido en un lazo de amor. Ese lazo de unión lo debo demostrar de dos maneras: a) a través de mi oración como medio de comunicación personal con Él y b) a través de mis obras haciendo el bien y evitando el mal al relacionarme con mi prójimo.

  2. Ley del trabajo: Como Espíritu encarnado, Yo, por mi naturaleza corporal, estoy obligado a trabajar y a conseguir mi sustento, mi seguridad y mi bienestar sólo sobre la base de mi propio esfuerzo y capacidades. Sin embargo, debo descansar del trabajo dando espacio para el cultivo de mi inteligencia, la caridad con mi prójimo y la comunión con Dios. De igual manera, el fuerte ha de trabajar para el sustento del débil o discapacitado.

  3. Ley de reproducción: Es necesaria la unión de los sexos opuestos y la reproducción de la raza humana, ofreciéndoles cuerpos nuevos a los Espíritus para que, a través de la reencarnación, evolucionemos y progresemos. Sin embargo, esta reproducción debe ser responsable, equilibrada y fundamentada en el amor.

  4. Ley de conservación: Siendo el cuerpo el instrumento de progreso utilizado por mí, el Espíritu encarnado, debo protegerlo y conservarlo saludable y funcional para que cumpla con este propósito. Entendiendo que la conservación de mi cuerpo físico está directamente relacionada con la conservación de mi medio ambiente natural, y la utilización responsable y equilibrada de los recursos naturales de los cuales dependo.

  5. Ley de destrucción: Yo, como Espíritu encarnado, estoy utilizando temporeramente un cuerpo físico para mi expresión y evolución en la Tierra. Debo entender y aceptar con naturalidad que dicho cuerpo llegará a destruirse sin que eso dañe o destruya mi verdadero ser. La destrucción de mi cuerpo constituye mi liberación y mi oportunidad para volver a reencarnar y evolucionar. Debo ver la muerte como un proceso de transformación natural y necesario, cuyo objeto es la renovación y mejoramiento de los seres vivientes. Sin embargo, ésta debe ocurrir de forma natural y jamás de forma provocada o intencional.

  6. Ley de sociedad: Yo, como Espíritu encarnado, vengo a progresar. Sólo, no puedo hacerlo, porque no tengo todas las facultades necesarias. Me es necesaria la interrelación con otros seres humanos, es decir vivir en sociedad. Por medio de la unión social nos complementamos unos con otros asegurándonos el bienestar y el progreso de todos.

  7. Ley del progreso: Yo, como Espíritu, tiendo naturalmente hacia el progreso y el mejoramiento intelectual y moral. Sin embargo, mi progreso dependerá del progreso de los que me rodean. De ahí que sea necesario que los más adelantados ayuden al progreso de los menos. Para eso es necesario vencer mi orgullo y mi amor propio.

  8. Ley de igualdad: Dios nos ha creado iguales a todos los Espíritus, sometidos todos por igual a la misma ley evolutiva y con igual potencial para alcanzar el mismo final. Por tanto, los seres humanos, como Espíritus encarnados, somos todos iguales ante Dios. Las diferencias de aptitudes, posición social, riquezas y aún de género que observamos entre nosotros son circunstanciales y transitorias, ajustadas a nuestras necesidades evolutivas. Estas diferencias temporeras nos señalan la necesidad de ser solidarios unos con otros, de tal manera que los más aptos socorran a los menos, los cultos enseñen a los incultos, los ricos ayuden a los pobres y el hombre y la mujer se complementen en igualdad de derechos en la consecución de la felicidad general. Para lograrlo es necesario que Yo combata en mí el orgullo, el egoísmo y la avaricia.

  9. Ley de libertad: Es un derecho natural de todo ser humano, como Espíritu encarnado, el disfrute de la libertad: libertad de pensamiento, libertad de conciencia y libertad para obrar y elegir. Siendo de esta manera cada cual el único responsable de sus pensamientos, sentimientos, palabras y actos. Al hombre se le debe instruir, no imponer u obligar. Sin embargo, mi libertad cesa ante el respeto del derecho y la libertad ajena.

  10. Ley de justicia, amor y caridad: Mi necesidad, como Espíritu encarnado, de vivir en sociedad me impone la obligación de ser justo con mis semejantes, queriendo para ellos lo que quisiera para mí mismo, respetando su derecho a la vida y a la propiedad legítima en la consecución de su bienestar y felicidad. Nadie debe atentar contra la vida de un semejante ni de hacer nada que pueda comprometer su existencia corporal. Nadie debe hurtar propiedad ajena que ha sido adquirida por medios honrados y sin perjuicio de los demás. El amor y la caridad deberán ser complementos obligados de la justicia. El amor nos lleva a hacer el bien desinteresadamente, y la caridad a la indulgencia y al trato igual sin importar la raza, color de piel, género, nacionalidad, credo religioso o estatus social o político.

El espiritista tiene un deber mayor: luchar por lograr su perfección moral. Considero que hay tres preguntas hechas por Kardec a los Espíritus Superiores colaboradores con su trabajo investigativo que son esenciales para la consecución de este propósito, a saber:[2]

Pregunta 893. ¿Cuál es la más meritoria de todas las virtudes?

“Todas las virtudes tienen su mérito, porque todas son señales de progreso en el camino del bien. Hay virtud siempre que hay resistencia voluntaria a las solicitaciones de las malas inclinaciones; pero la sublimidad de la virtud consiste en el sacrificio voluntario del interés personal por el bien del prójimo. La virtud más meritoria es la que está fundada en la caridad más desinteresada.”[3]

Pregunta 913. Entre los vicios, ¿cuál puede considerarse como el más pernicioso?

“Muchas veces lo hemos dicho: el egoísmo. De él procede todo el mal. Estudiad cada uno de los vicios y comprobaréis que en el fondo de todos ellos existe el egoísmo. En balde los combatiréis, pues no alcanzaréis a extirparlos en tanto no hayáis atacado el mal en su raíz, destruyendo su causa. Tiendan, pues, todos vuestros esfuerzos hacia ese objetivo, porque allí está la verdadera plaga de la sociedad humana. El que quiera acercarse, ya en esta vida, a la perfección moral, debe arrancar de su corazón todo sentimiento de egoísmo, porque éste es incompatible con la justicia, el amor y la caridad. Él neutraliza todas las demás cualidades.”

Pregunta 919. ¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorarse en la presente existencia y resistir a las instigaciones del mal?

“Un sabio de la antigüedad os lo dijo: “Conócete a ti mismo”.

[1] Kardec, A. Libro de los Espíritus. Libro Tercero: Leyes morales.

[2] Kardec, A. El Libro de los Espíritus. Capítulo XII

[3] Las negritas son del autor, usadas para resaltar textos.

(Tomado del libro Espiritismo para curiosos y novatos de Pablo Serrano. Capítulo 8)

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